31 de agosto de 2010

Texto? - Número Ocho

Cuando te veo siento que me descompongo como las hojas caídas en otoño, al llevar cuantiosos días expuestas a la intemperie fría y húmeda.
Cuando te veo libero mis lágrimas fluyentes como de un pequeño pero copioso  manantial, dibujando henchidos ríos en mi tez que resbalan y resbalan hasta perderse en el aire.
Muero como los insectos cazados por los pájaros, feneciendo, como al verte, en el mismo acto.

Siento que vivir no tiene valor, que no hay metas en mi existencia; quiero escapar de la necesidad de requerir de vez en cuando tantísimo tu presencia.
Siento que sin tu deleitante sonrisa, tu cautivante mirada; sin tus inteligentes palabras guiándome por este sórdido y vulgar mundo... no quiero nada.

Deseo huir de mi jaula, que aprisionada como a un joven zorro que en una se halle se encuentra mi alma, sollozando y apenada.
Deseo huir y olvidar el enorme amor que en cada momento ocultamente profeso, pues no ansío más cosa que conseguir al fin uno de tus besos.



Salga usted por esa puerta, por la misma que entró. Váyase como las moléculas de agua evaporadas en el aire, y fluya por todo el ambiente desprendiéndose de mí. Necesito que huyas, te vayas para siempre; necesito olvidarte, extraerte de mi mente. ¿Por qué este amor es tan duro?¿Por qué no es perecedero? Cada día te amo más... aunque lo intente tan intensivamente evitar. No consigo más que un sufrimiento constante, tan grande que me siento como una madre sin su hijo, como una flor sin pétalos, como un pájaro enjaulado o como un niño amenazado. Es imposible desprenderme de este sentimiento. Es verte y renacer el “te quiero”. Aunque lo evite, no puedo pues verte, es recordarlo.


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