29 de abril de 2011

Texto - Gritos silenciados en un mundo de soledad.

En un mundo donde la vida de <<a dos>> era algo casi utópico. En un planeta sin color cuya superficie estaba construida con fuertes bloques de hierro invisible. Allí estaba ella. Constituía el núcleo de su esfera imaginaria. 

[ Ella gritaba, pero nadie la oía... ]

La atmósfera estaba insonorizada al exterior. Sólo sus palabras de apoyo a otras personas lograban salir al universo de la realidad. Pero las palabras que clamaban unos brazos que la sacasen de aquel planeta desolado, rebotaban contra las nubes y regresaban a ella, cayendo a sus pies. 
La joven no sabía qué hacer. Se sentía sola, muy sola, en aquel lugar. A pesar de ser una chica huidiza y que normalmente no solía iniciar planes con los demás, a pesar de adorar los paseos en soledad y los viajes en el autobús con unos cascos puestos, requería la compañía y el cariño de otros para sentirse feliz. 
Y en esos momentos no encontraba la felicidad. 
Tantas personas en el mundo real, tantos sujetos caminando a su alrededor cada día, mostrando sonrisas, palabras, expresiones de afecto... y ninguna iba dirigida a ella. Su orbe se crecía ante esta situación.

[ ...Gritaba, y gritaba... ]

Las palabras rebotadas seguían en el suelo, formando montañas y ecosistemas de desengaño. Sus lágrimas fueron formando ríos, sus llantos el piar de las aves. Quería salir de allí... su propio mundo le ahogaba. El oxígeno era robado por las noches por las hojas de la soledad. 
Apoyó las rodillas sobre el suelo, frío y firme. Rezó a un dios imaginario, pidiendo que pronto enviaran un cohete en su rescate. Prometió dar todo lo posible a esa persona que se atreviese a traspasar toda la atmósfera para llegar a ella. 
La joven se sentía muy sensible, muy vulnerable. Dos meses terrestres eran en su mundo una eternidad de diez años. Impaciente, soñaba mientras el tiempo, tanto dentro como fuera, pasaba y se alargaba. 

[ ... ]

Una noche en la que ella jugaba con alguna de las palabras caídas, formando cadenas de nuevas frases algo más positivas, una mano penetró su burbuja. Pero era una mano amiga. Una mano amiga que nunca podría darle el cariño que ella requería en esos instantes. Agradecía esa amistad, pero ella quería más. Por ello, le advirtió que mejor no volviese a traspasar la barrera de la amistad normal y corriente, y se mantuviese fuera de su mundo. Un paso mal dado podría hacerle sufrir un desengaño amoroso, y ella no estaba para duplicar su sentimiento de soledad; no estaba para dar a luz lágrimas de desamor.
Miraba a su alrededor. Acostumbrándose a caminar sumisa en sus emociones, en su mundo de soledad, su desinterés por las personas era notable... y creciente. Paseaba sin pensar en entablar conversaciones con los cercanos que aún no conocía del todo. Quería a sus amigos, quería a su familia. Quería a todas esas personas que de vez en cuando, o cada fin de semana, compartía momentos con ella. No a más. Pero sentía que nadie podía. Nadie, nadie podía ayudarla. 

[ Ella gritaba, pero nadie la oía. Sabía que nunca saldría de su abismo. ]

En su mundo, soñaba. Soñaba con destruírlo. Soñaba con ser feliz, al lado de esa persona.
En el mundo real.

26 de abril de 2011

Poesía - Olor a lluvia


Olor a lluvia
a libros y a café,
miradas tuyas
los ojos que aprecié.

Sabor a edulcorante
en pastas y en té,
libretas y bocetos
las manos que palpé.

Imágenes calladas
huracán emocional,
todo en mi memoria
le hace bombear

y es que mi corazón
sin ti no sentiría:
es para él el amor
la existencia de tus días.

Poesía - Ya no te amo

Ya no te amo.
Pero es extraño cuando te veo,
me conmuevo cuando te leo,
y tu mirada se graba en mí.

Ya no te amo.
Pero ayer soñé con tus besos,
me desperté diciendo “te quiero”
y “no te marches de aquí”.

Ya no te amo.
Mas en ti solamente pienso,
no soy libre en otros besos
porque sólo me acuerdo de ti.

Ya no te amo, no;
oh, no te amo…
no te amo pero te quiero,
te quiero hasta morir.

25 de abril de 2011

Texto - Cuántas...

...Ventanas sin abrir.
Sábanas que no cubren.
Dibujos sin terminar.
Bocetos empapados.
Corazones rotos.
Palabras perdidas en papel.
Vellos erizados.
Lágrimas derramadas.
Rostros contorsionados.
Cuerpos helados.
Noches en vela.
Sonrisas olvidadas.
Ojos sin olvidar.
Dos caminos que se enlazan.

Cuántas personas con blogs y diarios.
Cuántas personas cantando en silencio, agitando sus labios en vanos movimientos... pues no enuncian nada.
Cuántas canciones tristes escuchadas, provocando llanto e insomnio.
Cuánto desamor. Cuánto sentimiento de soledad repartido por las casas de cada ciudad.

Por cada persona, un cúmulo de emociones.
Por cada emoción, unas poesías, unas palabras, unas imágenes.
¿Cuántas personas estarán en este momento escribiendo sus pensamientos, sin dormir? 
¿Cuántas personas encontrarán entre las palabras un consuelo ametrallando el silencio con el sesgado de un papel?
¿Cuántas se expresan cada día en secreto para no tener que explicar nada a nadie más que a sí mismas?

A saber cuántas personas se desahogan en estos momentos para mañana no tener que decir nada a nadie de sus sentimientos. 
Y tomar un café en soledad. Y después charlar y sonreír. Sin pensar en lo vacías que se sienten por dentro.

8 de abril de 2011

Texto - 2/4/11 Madrugada. Hechos reales.

Allí estaba. Sentada en el suelo en el centro de un salón desconocido y callado. A su derecha, un antiguo balcón abría la boca para tomar pequeñas bocanadas de fresco aire marítimo durante la noche. A lo lejos, las olas rompían como globos balanceándose en el aire o niños columpiándose en sí mismos. La luz era escasa. Un pequeño foco alimentaba la oscuridad con su opuesto. 


Ella estaba concentrada. Sostenía un bolígrafo en la mano derecha y escribía unas palabras en su libreta. 
El teléfono, de repente, sonó durante un cuarto de segundo. Inquietada por la ruptura de su silencio, miró a sus espaldas y expectante aguardó la repetición de la alarma. 
No sonó.
En la pared sobre la cual reposaba el mueble del teléfono, una mujer de aspecto 'diecinuevesco' le observaba la fachada trasera mientras que ella no se enteraba de nada. 
Ella sólo permanecía sumisa en su pequeño universo imaginario.

En su libreta, una vez expresada una página de ideas, apoyó el bolígrafo y buscó otra alternativa para paliar la soledad de esa noche. Se frotó los ojos y sus dedos quedaron tiznados de maquillaje. Entró en el cuarto de baño, lindante al salón-cocina donde estaba, y se enjuagó las manos. Oyó voces en el exterior y un imaginario miedo la heló. Se proyectó en ella una película en la cual dos hombres -los dueños de las voces- acortaban la distancia entre ella y ellos existente trepando por el balcón.

Regresó a su posición inicial, en el centro de aquella habitación, y observó las revistas de la tablecita de la mesa. Entre ellas, vio un libro de pintura acerca de la luz, y se dispuso a ojearlo soltando por sus labios un casi imperceptible "qué guay". 

El silencio.
Las olas.
La observación de antiguos cuadros y rostros muertos entre el claroscuro del salón.
La soledad.

Todo un conjunto que le regalaba una perfecta ambientación para el disfrute de su alocada mentalidad. 
Contemplaba atenta las obras y susurraba para sí el nombre de éstas. 
Cada detalle, cada línea.
Cada ojo, cada nariz, cada boca.
Cuánta perfección, cuánta belleza.
Cuántos mundos. Cada cuadro: una aventura.

A ella le encantaba imaginar historias. 
Y en ese momento, aún más. 
Cada imagen le atribuía una sensación diferente, una trama única.
Abrió una página al azar, y Vieja haciendo encaje en una cocina -de Nicolaes Maes- atrajo su atención y a su carrete de películas durante unos minutos. 

Empezó a estar incómoda. Sentía frío, pero prefería permanecer allí sentada a entrar en la oscura habitación a por una manta. Su inevitable imaginación decidió retenerla. 
Se puso su chaqueta, hasta ahora olvidada sobre el sofá como un ovillo enredado, y se asomó al balcón. Sonó el móvil.
Su mente volvió a funcionar. 
Hay que ver cómo puede llegar a actuar el cerebro humano cuando tiene sueño y desgana.
Desde el balcón, vio cómo un barco imitaba a la Luna en sus días visibles dejando una marca en el mar. Un suave airecillo le acariciaba. Volvió al salón.

Allí observó el estante del teléfono repleto de libros. Se interesó por muchos. Previamente, cuando llegó a aquel lugar, se vio tentada a echarles un vistazo a las dos montañas de libros, sobre los cuales se apoyaban dos cuadros, erigidas sobre una mesa enfrente suya. Pero no cogió ninguno.
Ahora agarró con cautela un par de libros de la estantería.

**Libros: La desbandá, Luis Melero, 597 páginas (el más delgado, pero curiosamente el que más pesaba).
Las mejores poesías de la lengua castellana (el más gordo). 

Ya sabía cuál leerse.

Buscando, eligiendo, curioseando, extraía uno y otro pensando a su vez en que encontraría un ojo mirándole luminoso y despierto desde la oscuridad de los huecos que iba provocando.

Volvió al estante. Se sentía como la ladrona de libros en la biblioteca del alcalde. Pero sola. 
Y con una sola estantería. 
Cogió otro libro: La guerra civil española. Éste se presentaba algo deteriorado. Dejó escapar otro "qué guay" mientras acariciaba la portada. Dio una pasada rápida a sus hojas y acercó a la par la nariz para respirar el airecillo apapelado con un cierto dulzor a antigüedad. Lo devolvió a su lugar.
-"Hay tantos libros..."-dijo.
Siguió mirando, pero por curiosidad. Ya tenía seleccionado a su compañero nocturno.

Movió uno de los sofás hasta situarlo bajo la lámpara de tenue luz y se sentó a leer.
El silencio se intensificó. La mujer diecinuevesca seguía allí, pero ya no alcanzaba verla. 
Iban y volvían las voces bajo el balcón.
En el mar, seguían las olas bailando.
Y ella, leía. 

Letra más letra. Palabra por palabra.
El arrullo del mar.
Letra más letra.
La vaporosa luz sobre el sofá. Sobre ella.
Palabra por palabra.
Los párpados le pesan.

Sueña.