Sabía lo que sucedería desde el momento en el que entré en aquella sala. Preveía que aquella sensación de anhelo regresaría de una forma fuerte y arrebatadora. “Sé fuerte” me decía. Pero me resultaba imposible destruir esas cadenas de sentimientos que se agrupaban desbocadamente por todo el espacio de mi sustancia. Consecuentemente, tremendas ganas de desbordar esa sensación por mis cuencas oculares se crearon, pero me contuve por moderación. Sonreía sin apetecerme.
Pero ante mí se encontró aquel tremendo ser motivo de mi frustración recóndita y extensa que me provocaba las ganas de llorar.
“Sé fuerte” volví a repetirme.
Inevitablemente...
...mis lágrimas rodaron por mis pómulos níveos de la impresión.
Huí. Corrí, a un rincón de algún lugar sin importancia; daba igual al que fuese con tal de refugiarme y sentirme oculta de la multitud que iba dilatándose por aquel espacio.
Pensamientos perturbaban mi ser. Éstos no eran simples, ni tampoco complejos, simplemente inadecuados. Inadecuados para una persona como yo, una persona que presenciaría un futuro lejos de personas como él, lejos de él.
Pero no podía controlar aquellos impulsos enjaulados, aquellos únicos que siempre contenía por no dañar ni asustar a las correspondientes entidades.
Debía guardarlos en mi fuero para siempre, y dejar de llorar por su presencia o ausencia en constante cambio.
Debía “ser fuerte” y asumir la distancia, kilométrica a pesar de la cercanía, inevitable por las circunstancias que el destino impuso.
Me acurruqué sobre mí y cerré mis ojos empapados mientas apoyaba la cabeza entre las piernas. “Nunca” pensaba. “Nunca”. Oí una voz en mí.
“¿Por qué decir nunca? ¿Acaso el futuro se conoce? No. El futuro es una porción del tiempo desconocida, una dimensión aún por ver, que se aproxima y marcha según avanzamos por la travesía de la vida. Se puede prever, especular o predecir, pero no con certeza y seguridad. Dudemos del futuro.”
Aún así, mi alma no permanecía tranquila. “Nunca” repetía una y otra vez, inconforme con la situación, triste, inunda en la plena nostalgia de un ayer moderado pero incompleto.
“Nunca, pero... sé fuerte” Ahora sumada esa negativa palabra, repetía una y otra vez la frase en mi interior.
Miré dentro de mí y encontré una sombra tumbada en aquel océano intrínseco. Era yo. Permanecía inmóvil en aquella nocturnidad eterna e infinita a modo de cadáver. No gesticulaba, no parpadeaba; fijaba su mirada en su propio caos interno. Ya no brillaba, ya no pensaba, ya no deseaba.
Observando su oscuridad interior de la cual no podía salir, vi un punto blanco. Lo miré detenidamente, especulando qué podría ser. Corrí hacia él y rocé mis pestañas embadurnadas con el rímel la circunferencia del punto, que se volvió del tamaño de una canica.
Vi a una niña llorando. Le pregunté inevitablemente qué le sucedía, y me dijo “has dejado de desear”. “¿El qué?” le pregunté.
-“Has dejado de desear la vida. Has dejado morir la llama del querer, la llama que impulsa tu cuerpo a sonreír”.
-Sigo sonriendo.
-“Finges sonrisas, falsas sonrisas. Ya no ríes, ya no lloras de felicidad. Ya no sueñas, ya no deseas avanzar. Te estancas en un mundo idílico e improbable de pasar”
-Eso es mentira. Yo vivo, quiero la vida.
-“No vives, estás muerta. Muerta interiormente, ¡mírame llorar! Soy tú en tu infancia soñadora y esperanzada, que deseaba ser, soñaba con tener, ¡nunca se rendía y siempre se levantaba al caer!
Mira lo que tienes y deseas y ve a por más que esté dentro de tus posibilidades y sueños, que no sean imposibles ni condicionados por entes ajenos. No permitas tu muerte por la imposibilidad impuesta por el destino, son pruebas que has de superar para conseguir completar el camino.”
-¿Qué camino?
-“El de la vida. La vida no es felicidad, la vida, con los deseos que sentimos en ella, es como un campo de rosas, donde éstas son los deseos de los humanos. Todos las quieren ver muy bonitas y aferrar esa belleza, aferrar su deseo. Pero esa belleza contiene espinas, que son los infortunios del destino respecto a la vida pensada.
Tú has querido acoger entre tus brazos esas rosas durante el viaje. Quieres llevarlas contigo a la meta, junto a tus deseos posibles. Haces bien, pero hay una rosa que contiene una espina muy punzante, y no eres la adecuada para portarla. Otra persona lo hará, otra a quien no le sangre al desearla y cogerla porque sea la adecuada para ella. Tú no lo eres. Mírate. Estás sufriendo, y al paso que lo haces cada vez más y más, las otras rosas que sí son tuyas caen y se marchitan al no tener tu esencia para alimentarlas”.
-¿Me estás diciendo que abandone la lucha?
-“No. La lucha ya la has abandonado. ¿Crees que eres más fuerte por sufrir y no ver más allá de tus lágrimas? ¿Crees que es de valientes abandonar tus sueños por un imposible?”
-No hay nada imposible.
-“Sí que lo hay. La firmeza y tozudez de un pensamiento harán que las cosas puedan ser imposibles o muy improbables. No te encierres en una esperanza tonta, en un sentimiento amargo aun bonito; sigue adelante, no abandones tus otras aptitudes. Despierta.”
-Pero...
-¡¡Despierta!!
Me sobresalté. La última imagen de la niña que vi fue su rostro gritándome colérica. La siguiente fue la de un compañero que vino a buscarme, el cual se turbó al ver mi estado azorado y despierto extasiado tras un supuesto sueño.
“¿Qué te sucede?” Preguntó. “Has estado llorando, ¿verdad?”
“Nada. Ya nada. A partir de hoy perseguiré mis deseos probables y admitiré el presente tal y como es sin apagarme por los imposibles.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario