En ese momento piensas: ¿qué hago aquí? ¿qué hago aquí si no estoy contigo?
Porque las horas se hacen eternas, el sufrimiento cada vez más pesado.
-Algún día, seré inmune a este dolor- piensas, con la mirada inundada de esperanza -algún día, habré aprendido a convivir con ello.
Convivir.
Coexistir con lo que presiona en tu pecho en cada hora, en cada segundo que transcurre en tu vida. Algún día, podrás levantarte y no encontrar la almohada mojada, el rímel corrido dándote un aspecto lóbrego. Podrás salir a la calle y sonreír, pisar con gusto las hojas secas del carril, observar la diversidad de figuras que las nubes forman en su potestad sobre ti, admirar un atardecer, una mariposa que escapa de tu presencia. Todo eso sin sentir nostalgia, añoranza de algo que nunca pasó, que sólo albergó en tus sueños y deseos. Porque ya, serás libre.
Libre de esa melancolía profunda, de sentir cómo al ver la creación lágrimas escapan de tus ojos como el agua pura emana de pequeños manantiales. Ya no deberás huir, encerrarte y ocultar todo sentimiento. Lo habrás superado. Asumirás que la vida no siempre es como se quiere, convivirás con ello.
Mirarás con la ilusión de una nueva vida a la luz. Luz que se alza ante ti, marcando un camino recto hacia la felicidad.
<<Al fin vuelvo a esbozar una sonrisa. Al fin dejé de llorar>>
Escuchar una canción.
Oír palabras de amor. Un "te quiero".
Presenciar el nacimiento de una vida.
Alzar los brazos y la mirada al cielo despejado y respirar libertad.
Ver llover y caminar desnuda de paraguas bajo las gotas.
Embadurnarse de pintura el cuerpo.
Acariciar la piel de "el otro".
Susurrar en la oscuridad.
Respirar cerca de sus labios.
Tumbarse bajo el cielo nocturno.
Un carnaval de sensaciones que vivir.
Y todas... sin sentir dolor, porque la causa, logró desaparecer.
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