Estaba en un punto de desesperación tan alto que no podía ni imaginarme un futuro sin fuego. Sin quemaduras graves. Sentía que no podía continuar más, que hasta aquí había llegado mi vida con sentido. Miré al cielo crepuscular y caminaba por los alrededores de mi pueblo, procurando que el olor húmedo del campo y el viento suave me transmitiesen unas ideas más limpias acerca de la vida. De mi vida. Me paré ante un campo de ramas y troncos secos, donde probablemente hubo un incendio hace un poco de tiempo. Sentí nuevamente que ese era mi futuro. El agobio me acribillaba.
Con los últimos rallos de sol, percibí una silueta entre aquel cúmulo de ramas y troncos.
Una chica vestida de rosa pálido aparecía entre ellas, paseando sobre el seco campo. No podía ver su rostro, pero su pálido cuerpo se movía lentamente mientras sus ropajes temblaban con el aire. Se acercaba a mí. Poco a poco. Cada vez más cerca.
Aún sin verle el rostro, alzaba su delicado brazo derecho para extenderme su mano.
Un haz de luz me permitió ver su sonrisa. Me acarició la cara.
Aún no le vi el resto de su semblante. Pero algo me decía que era delicado, aunque escondiese un alma fuerte.
Movió los labios en son de decir algo que no oí, pero claramente leí en ellos su nombre: Esperanza.
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