En un mundo donde la vida de <<a dos>> era algo casi utópico. En un planeta sin color cuya superficie estaba construida con fuertes bloques de hierro invisible. Allí estaba ella. Constituía el núcleo de su esfera imaginaria.
[ Ella gritaba, pero nadie la oía... ]
La atmósfera estaba insonorizada al exterior. Sólo sus palabras de apoyo a otras personas lograban salir al universo de la realidad. Pero las palabras que clamaban unos brazos que la sacasen de aquel planeta desolado, rebotaban contra las nubes y regresaban a ella, cayendo a sus pies.
La joven no sabía qué hacer. Se sentía sola, muy sola, en aquel lugar. A pesar de ser una chica huidiza y que normalmente no solía iniciar planes con los demás, a pesar de adorar los paseos en soledad y los viajes en el autobús con unos cascos puestos, requería la compañía y el cariño de otros para sentirse feliz.
Y en esos momentos no encontraba la felicidad.
Tantas personas en el mundo real, tantos sujetos caminando a su alrededor cada día, mostrando sonrisas, palabras, expresiones de afecto... y ninguna iba dirigida a ella. Su orbe se crecía ante esta situación.
[ ...Gritaba, y gritaba... ]
Las palabras rebotadas seguían en el suelo, formando montañas y ecosistemas de desengaño. Sus lágrimas fueron formando ríos, sus llantos el piar de las aves. Quería salir de allí... su propio mundo le ahogaba. El oxígeno era robado por las noches por las hojas de la soledad.
Apoyó las rodillas sobre el suelo, frío y firme. Rezó a un dios imaginario, pidiendo que pronto enviaran un cohete en su rescate. Prometió dar todo lo posible a esa persona que se atreviese a traspasar toda la atmósfera para llegar a ella.
La joven se sentía muy sensible, muy vulnerable. Dos meses terrestres eran en su mundo una eternidad de diez años. Impaciente, soñaba mientras el tiempo, tanto dentro como fuera, pasaba y se alargaba.
[ ... ]
Una noche en la que ella jugaba con alguna de las palabras caídas, formando cadenas de nuevas frases algo más positivas, una mano penetró su burbuja. Pero era una mano amiga. Una mano amiga que nunca podría darle el cariño que ella requería en esos instantes. Agradecía esa amistad, pero ella quería más. Por ello, le advirtió que mejor no volviese a traspasar la barrera de la amistad normal y corriente, y se mantuviese fuera de su mundo. Un paso mal dado podría hacerle sufrir un desengaño amoroso, y ella no estaba para duplicar su sentimiento de soledad; no estaba para dar a luz lágrimas de desamor.
Miraba a su alrededor. Acostumbrándose a caminar sumisa en sus emociones, en su mundo de soledad, su desinterés por las personas era notable... y creciente. Paseaba sin pensar en entablar conversaciones con los cercanos que aún no conocía del todo. Quería a sus amigos, quería a su familia. Quería a todas esas personas que de vez en cuando, o cada fin de semana, compartía momentos con ella. No a más. Pero sentía que nadie podía. Nadie, nadie podía ayudarla.
[ Ella gritaba, pero nadie la oía. Sabía que nunca saldría de su abismo. ]
En su mundo, soñaba. Soñaba con destruírlo. Soñaba con ser feliz, al lado de esa persona.
En el mundo real.
En el mundo real.