18 de enero de 2011

Texto - Historia ficticia. Hasta donde la música me lleve, escribo.

Esta historia la he creado en base a una película mental que me he creado yo sola al escuchar una preciosa canción. 
La lectura quizás no resulte fluida debido a la cantidad de puntos que he escrito, pero pretendía crear una lectura lenta que invite a la pausa larga, y que induzca al lector a dedicarse a la observación mental de lo que lee. 
Como ya he dicho, es totalmente ficticia. Está en primera persona porque me resulta más fácil escribir así, ya que me introduzco más en el papel.
Charlotte Gainsbourg – Time Of The Assassins ]
[
Duele…
Me duele muchísimo…
]

Necesito salir un rato. Pisar los charcos y olfatear el ambiente humedecido por las lluvias. Necesito sentir el frescor suspendido en el aire.
Tomo mi oscuro abrigo y mis botines marrones. Me envuelvo en mi bufanda favorita y me cuelgo mi cámara de fotos. Abro la puerta y me enfrento al exterior.
Las nubes dispersas pueblan el cielo. A lo lejos puedo observar algunos rayos de sol que dibujan espectaculares sobras entre los cúmulos. Inmortalizo esa bella escena.
Aún chispea y olvidé mi paraguas, pero no le doy importancia: me gusta que las gotas caigan sobre mi pelo.
Desenredo mis auriculares y pongo mi mejor música almacenada y, dejándome llevar por las notas, camino rítmicamente hacia cualquier lugar.  
Paso junto a los árboles del pequeño jardín que lindan con mi calle, sorteando después los semáforos en rojo que interrumpen mi escapada personal. Tomo un autobús, y me bajaré en la parada donde la canción que escucho ahora haya terminado.
Visito dos museos del nuevo arte. No logro entenderlo, pero lo admiro... e interpreto.
Observo a las personas que me voy encontrando por la calle. Pienso en ellas, en sus acciones: unas pasean de camino a comprar el periódico, otras van ajetreadas hacia sus destinos, probablemente rutinarios y pesados: lo puedo ver en sus rostros. Otras, pasean a sus mascotas. ¿En qué estarán pensando?
Cruzo un gran parque. Fotografío a un anciano en un banco mirando a la nada. ¿Pensará en su vida? ¿Se arrepentirá de algo? ¿Habrá dejado escapar sueños que ya no podrá alcanzar nunca? ¿ Quizás algún amor?
Llego a la costa, y camino por la mojada arena sin importarme el barro en mis zapatos nuevos. Miro hacia el cielo: las nubes se están marchando; puedo ver sus movimientos hacia el sur. Una bandada de gaviotas vuelan sobre mi cabeza. ¿Qué se sentirá al volar? Me encantaría poder experimentarlo. Cierro los ojos e imagino. Aprieto fuerte mi cámara y lleno mis pulmones de un aire puro y marítimo, dejándome llevar por el sonido de las olas, la suave música de mis auriculares sobre mis hombros, y la imaginación.
Sigo paseando y llego a unas rocas que precipitan en el agua. Mi reflejo en ésta me hace pensar acerca de mi existencia: ¿quién soy? ¿qué hago aquí? ¿cuál es mi razón de vida?

Continúo con el paseo y me acerco a una cafetería con mis zapatos manchados de arena. Menos mal que los granos no han entrado dentro; sería bastante incómodo andar así. Me siento en una de las mesas y pido un café. Observando a todas las personas que desayunaban en aquel lugar, te vi.
Te vi.
Pero no te dije nada.
Mantuve la mirada fija en ti durante toda mi instancia, pero no te diste cuenta de mi presencia. No notaste mis ojos clavados en tu nuca. No quise acercarme, no quise molestar. Una bonita chica estaba a tu lado sentada. Llevaba los labios rojos y el pelo liso. Era muy guapa.

Me dolió muchísimo.

Te vi, y me arrepiento de no haberte dicho nada.
El destino me llevó hacia ti… Espero que vuelva a suceder; pero en un lugar donde sólo estemos tú y yo. Donde la chica de los labios rojos sea yo.
Pues la razón de mi existencia la he encontrado, y eres tú.